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jueves, 27 de febrero de 2020
Leyenda de amor de Itimad y Al Mutamid. Historia de los últimos reyes de Sevilla:
Cuenta la leyenda, que así es como ocurrió…
Érase
la época del rey taifa de Sevilla Al Mutamid, quien reinó de 1069 a 1090. El rey poeta, el
rey culto al que todos los sevillanos querían, se iba a enamorar de una
esclava.
Paseaban una tarde el rey Al
Mutamid y su gran amigo y mano derecha, Aben Amar. Contemplaba el
rey la belleza del río impresionado por el aspecto que le imprimía el viento.
Se sintió inspirado y recitó unos versos con la intención de que Aben Amar los
continuara:
«La
brisa convierte al río
en
una cota de malla.»
Continuaron su paseo mientras Aben
Amar trataba de responder con otros versos, pero su mente estaba en
blanco y las palabras eran incapaces de salir de su boca. Al Mutamid
insistió volviendo a repetir la misma frase:
«La
brisa convierte al río
en
una cota de malla.»
En ese instante escucharon una voz
femenina que venía de sus espaldas y que respondía con presteza y
elocuencia a las palabras del rey taifa:
«Mejor
cota no se halla
como
la congele el frío.»
Al Mutamid se quedó sorprendido y
sintió un auténtico flechazo por esa chiquilla que marchaba descalza
acompañando a su burro. Le ordenó a Aben Amar que la siguiera, que la
encontrara y que la trajera a palacio para tomarla como esposa.
Aben Amar la siguió y descubrió que
esta bella joven se llamaba Itimad, aunque tenía el sobrenombre de Romaiquía
porque era la esclava de un hacedor de tejas de Triana llamado
Romaiq.
Aben Amar negoció la compra de
Itimad con Romaiq pero este se la regaló al rey aduciendo que era una chica
perezosa y soñadora y no hacía bien su trabajo.
Tras llegar a palacio, Itimad
cayó enamorada de Al Mutamid del mismo modo en que éste se enamoró de ella.
Fue un amor desmedido, romántico y apasionado. Ambos compartían el gusto por la
poesía y las letras y Al Mutamid no tomó a ninguna otra esposa, aun
permitiéndoselo su religión.
Era también conocido lo
complaciente que era el rey con Itimad. Cuenta la leyenda que un día él
encontró llorando a su esposa y al preguntarle qué le pasaba esta contestó que
echaba mucho de menos el tacto del barro que usaba para hacer las tejas en el
taller de Romaiq.
El rey no se lo pensó dos veces y, a
la mañana siguiente, llenó uno de los patios de su palacio musulmán con una
gran cantidad de barro y una mezcla de especias (almizcle, clavo, etc.) que le
daban un olor irresistible. Itimad pasó todo el día jugando con sus sirvientas
y riendo como una niña.
Pero, como ocurre siempre, lo bueno
se acaba. El fin del reinado de Al Mutamid tuvo lugar cuando,
sintiéndose amenazado por la expansión del Alfonso VI de León, pide ayuda a los
almorávides, quienes no sólo combatirían a los cristianos sino que irían
conquistando los distintos reinos taifas.
El emir Yusuf gobernó en las
ciudades de Al Andalus y desterró a Al Mutamid y a su esposa Itimad a Agmat en
las inmediaciones de Marrakech.
Dice también la memoria popular que
mientras navegaban el río Guadalquivir, Al Mutamid e Itimad eran despedidos
entre lágrimas por los sevillanos.
En su destierro vivieron en
la pobreza a la que la Romaiquía estuvo acostumbrada en su juventud, pero la
llama de su amor nunca se apagó. Las tumbas de ambos y de uno de sus hijos se
encuentran en Agmat, donde su historia ha sobrevivido al paso de los siglos.
domingo, 2 de febrero de 2020
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